El pasado jueves 9 de agosto, de manera imprevista y precipitada (Planes que se hacen con menos de doce horas de antelación), nos aventuramos a irnos Montse, Jaume y yo, hasta Gavernie, para intentar el asalto al Vignemale, pero algo más acabo cayendo....
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Alrededor de las seis de la mañana, oigo la voz de Jaume que desde su tienda me despierta para ponernos manos a la obra e intentar la ascensión al Vignemale.
Al asomar la testa por la cremallera el panorama que se contempla es de lo más tétrico. La misma niebla que ayer nos impedÃa distinguir que cumbres que veÃamos desde el confortable asiento del coche, hoy se habÃa adueñado de las zonas más bajas, cubriendo con un espesor considerable el cielo de la presa y embalse de Ossoue, confiriéndole un aspecto fantasmagórico a un grupo de excursionistas que situados en un promontorio algo más elevado que nuestro temporal campamento, y que iluminados con las luces de los faros de sus vehÃculos, desayunan, mientras colocan en sus mochilas unos enormes esquÃs, que suponemos serán para descender por el glaciar.
Tras desayunar, emprendemos la marcha una hora después de habernos levantado, aliviados de no encontrarnos con un improvisado compañero, al cual no conocÃamos de nada, y que a última hora del dÃa de ayer dijo que nos esperarÃa para subir todos juntos, mientras supongo, nos ponÃa al dÃa de sus grandes (y poco creÃbles) gestas montañeras, de las que en los cinco minutos que estuvimos hablando el dÃa anterior, ya nos dio enormes dosis (más que de las gestas, de su fanfarronerÃa).
La temperatura es de siete grados, pero la enorme humedad, hace que la sensación de frÃo sea mayor, con lo cual empezamos a caminar con demasiada ropa (al menos en mi caso), y de esta guisa recorremos el tramo que discurre desde la presa del embalse, hasta el punto donde el camino pierde su horizontal recorrido para adquirir una verticalidad, que ya no abandonarÃa hasta llegar al glaciar.
Unos pocos pasos cuesta arriba y les comento a Jaume y Montse que deberÃamos hacer una parada para irme quitando alguna de las prendas con las que hasta ese momento me habÃa resguardado del frescor matinal. A fin de no hacer ninguna más, decido quedarme ya en pantalón y manga corta, y aunque en los primeros metros, noto algo de frÃo (al despertar al dÃa siguiente me dolerÃa la garganta), debido a la inmisericorde subida pronto entro en calor.
Montse es la encargada de marcar el ritmo de la ascensión, y paso a paso, vamos recuperándole terreno al grupito de esquiadores, que por haber comenzado media hora antes que nosotros, los tenemos a la vista durante algunos momentos de la subida.
En uno de los varios torrentes que bajan de los neveros situados más arriba, Jaume recoge un poco de agua, comentando lo que luego su mujer me confirmarÃa, a pesar de provenir del deshielo, el lÃquido tiene sabor como a pescado, aunque supongo que debe ser lo habitual en los glaciares.
El camino hace un par de hondonadas y en la última de ellas, a partir de la cual ya no se vuelve a perder altura, cuando estamos a punto de alcanzar al más rezagado de los esquiadores, nos cruzamos con un grupo francés, que suponemos debe bajar del refugio, y cuya media de edad debe estar rondando los sesenta (en Francia también hay avÃs Jordis, Sigrids, Fredis y avis Joans, aunque no los vimos, ni mucho menos, tan andarines ni grimpadores como los nuestros). Por fin alcanzamos al último de los que acarrean esquÃs, o lo que pensábamos que eran esquÃs, ya que resultan ser unas enormes barras de unos cuarente milÃmetros de diámetro, con las que, por lo que luego verÃamos, harÃan mediciones en la parte más horizontal del glaciar.
Mientras caminamos hacia la cumbre, los fenómenos meteorológicos que hoy se han dado cita en esta región del territorio galo, se congracian con nosotros y nos permiten disfrutar de unas vistas impresionantes de las postreras estribaciones de las montañas de Ordesa (Taillón, Gabietos…), bañadas por un esplendoroso sol, las cuales emergen majestuosas e incontenibles, de una más que densa niebla, que cubre el valle.
Llegamos a las primeras de las cuevas que Russell mandó excavar en la roca de esta magnÃfica montaña, en cuyo interior hay evidentes signos de los muchos vivacs que en ellas se han hecho, aunque hoy la gente que los ha hecho (al menos los que hemos visto), han preferido disfrutar en su cara la suave caricia de la niebla, que durante la noche ha ido paulatinamente descendiendo de la cima.
Llegamos al punto donde el camino que sube desde la presa de Ossoue, y el viene del refugio de Baysellance, se encuentran para, una vez convertidos en una sola senda, adentrarse en las primeras lenguas del languidecÃente glaciar de Ossoue, las cuales están ya a nuestro alcance. Estas primeras estribaciones es donde la verticalidad del mismo es más notoria, y donde abundan las temidas grietas que en el hielo poco a poco se han ido abriendo, separándose, dando paso a un abismo gélido y oscuro.
A fin de evitar la dureza de este tramo, y de tener que lastrar nuestros pasos con los crampones, nos decantamos hacia la izquierda, saltando sobre las rocas que el hielo, con la paciencia que otorgan las décadas, poco a poco ha ido serigrafiando, cincelando con un peculiar grabado, que les confiere un agarre impensable a simple vista.
Por fin llegó el momento de introducirnos en la nieve. Según la literatura consultada, podÃamos evitarlo hasta alrededor de la cota 2.900, y más o menos a esa altitud (de haberlo querido hubiéramos podido apurar algo más, pero no gran cosa), nos introducimos en el glaciar, siguiendo lo que en un principio es una trillada huella.
Afrontamos los metros más verticales de toda la subida, dibujando una diagonal ascendente unos metros por debajo de la base del Montferrat, que unos metros por encima de nosotros hace las funciones de un impasible vigÃa que a lo largo del año contempla el avance de cientos de montañeros. Es justo aquÃ, cuando llegamos al único punto de todo el recorrido de ida, donde es necesario colocarse los afilados pinchos en la suela de la bota. Cinco metros, unos escasos diez pasos donde la nieve ha desaparecido, permitiendo que el hielo, sea el encargado de pavimentar el firme, nos obligan a tener que sentarnos en la frÃa nieve, a fin de calzarnos los útiles necesarios para poder atravesarlos sin miedo al temido resbalón, que nos llevarÃa muchos metros más abajo, donde las rocas nos esperarÃan, ansiosas por detener nuestra caÃda.
Superado este paso, volvemos a pisar la nieve, a través de la cual llegaremos a la zona más amplia y con menos desnivel del glaciar.
Delante nuestro aparece en toda su magnitud el circo del Vignemale. Una herradura compuesta de numerosas cimas, nos da la bienvenida, mientras a lo lejos, vemos el trajÃn de gente que sube y baja de la montaña más alta del Pirineo francés. Punta Chausenque, Clot de la Hount, Pic Central, son algunas de las montañas que podemos contemplar, mientras avanzamos por la blanca y extensa superficie que conforman el hielo y la nieve glaciares.
Pasamos junto al Pitón Carré, y aunque no entraba en los planes iniciales, y teniendo en cuenta que vamos bastante adelantados sobre el horario que marcaba la guÃa consultada y nuestras propias previsiones, nos permitimos la licencia de encaramarnos a su cima. La facilota subida a su cumbre por las inclinadas y pulimentadas losas, las cuales hace que nos retrasemos un poco más de lo normal en la bajada, ya que tomamos muchas precauciones, nos premia con la majestuosidad de la increÃble panorámica que desde su punto más alto se contempla. Una impresionante caÃda, completamente vertical, de centenares de metros hace que Jaume y yo (Montse decidió no subir) hagamos todo tipo de nutridos comentarios, sobre lo inoportuno de un mal paso en el borde de esa montaña.
SerÃa en este punto donde se denotarÃa nuestra falta de conocimiento de la zona en cuestión (era la primera vez que Ãbamos), y nuestra incredulidad (aun viéndolo en una foto, no lo creÃamos). En un principio, atendiendo al mapa Alpina que llevábamos, la altitud que reflejaba el G.P.S. nos indicaba que habÃamos subido a la Punta Chausenque, con lo cual deducimos que el Pitón Carré, era una pequeña estribación, que unos metros más abajo, despuntaba en la misma arista de la montaña, hacia la cual nos dirigimos, convenciendo a Montse para que en esta ocasión, sà que subiera.
Desde ese punto, la vista de lo que realmente es el Pitón Carré, es impresionante, pero más impresionante es aun, el tremendo vació que queda una vez flanqueado su punto más alto, el cual, si tienes la tremenda osadÃa de asomar la cabeza hacia las Oulettes de Gaube, te deja completamente helado.
Haciendo alguna que otra acrobacia, regresamos al punto donde hemos abandonado las mochilas, y volvemos a introducirnos en el glaciar, a la búsqueda de nuestro gran objetivo, el Vignemale.
En escasos minutos llegamos al punto donde todo el mundo se desprende de la carga que lleva sobre las espaldas, para afrontar con más libertad de movimientos los múltiples pasos de grimpada que nos conducirán hasta la cumbre.
En numerosas reseñas y comentarios de foros, hemos leÃdo sobre la idoneidad de llevar puesto el casco durante este tramo final de la ascensión, ya que la caÃda de piedras, impulsadas hacia abajo por los montañeros que suben o descienden de la cima, es frecuente.
Asà que ataviados con éste, nos disponemos a subir los últimos metros hasta la cima. Jaume temeroso por la inevitable caÃda de rocas, decide, acertadamente, ya que el trajÃn por el camino normal es exagerado, ir algo más a la izquierda, subiendo por donde mejor veamos hasta llegar a la cresta cimera.
El avance por esta variante es más dificultoso que por el camino tradicional, pero muy divertido y entretenido, teniendo en todo momento, a pesar de la verticalidad del terreno, numerosas presas donde asirse con las manos o donde “firmemente†apoyar los pies. Según el “guÃa†algunos de esos pasos llegaban a ser de IIIº, cosa que no discutiré, al no tener bien claro, cual es el criterio que califica a unos y a otros en función de su dificultad, pero habÃa algunos donde no estaba muy claro que digamos donde agarrarse.
Unos adrenalÃticos minutos de grimpada, sumados a un pequeño y simplón tramo de cresteo, nos conducen al punto más cenital de la excursión, donde más cerca estaremos del todavÃa lejano cielo, pero más de 1.500 metros por encima de donde esta mañana empecemos a caminar.
Aun habiendo subido una montaña más, y después de haber seguido otro camino distinto al normal, y más lento que éste, durante los metros finales, llegamos a la cima del Vignemale con sus 3.298 metros, media hora antes de lo que el organizador de la salida habÃa previsto, lo cual nos da margen para intentar hacer más cosas, ya que llevamos un buen ritmo de faena.
Hacemos numerosas fotos tanto personales en la cima, como del fantástico paisaje que ésta nos regala, y sin mucha dilación más, empezamos el regreso hacia el glaciar, para reencontrarnos con las mochilas.
La bajada, no estando exenta de peligro (un resbalón te mandarÃa muchos metros más allá, golpeando con las rocas durante la caÃda), no presenta dificultades adicionales a tener que buscar buenos agarres donde aferrarse con la manos y colocar bien los pies.
Después de disfrutar de esos minutos de destrepe, volvemos a pisar la nieve, colgándonos de nuevo a la espalda a nuestras compañeras de viaje. De forma casi tácita, solo unos simples comentarios han bastado para llegar al acuerdo, tomamos la decisión de ir a comer al Coll de Cerbillona, para desde allà en unos pocos minutos alcanzar las cercanas cimas del Pic du Clot de la Hount y del propio Cerbillona que a uno y otro lado del collado se elevan intentando emular a su hermano mayor, el Vignemale.
Desde la base de la pirámide cimera del Vignemale, una marcada traza sobre la nieve nos lleva sin perder ni ganar altitud hasta los pies del collado, al cual se accede después de remontar unos pocos metros.
En éste una multitud de parapetos rocosos para improvisar vivacs, denotan la idoneidad del lugar para pasar la noche al raso, o en caso de mal tiempo la cercanÃa de tres nuevas cuevas de Russell, servirÃan de abrigo contra las inclemencias del tiempo.
El dÃa sigue siendo magnÃfico, y sentados de cara al glaciar contemplamos mientras comemos, la impresionante imagen que tenemos delante de nosotros. Una pareja que han pasado la noche en una de las cimas, llega hasta donde nos hemos sentado, y nos explican que su intención es hacer toda la cresta hasta que encuentre un punto donde decidan de nuevo detenerse a dormir.
Tras comer un poco de nuevo nos lanzamos a subir montañas. Siguiente objetivo Pic du Clot de la Hount, segunda cima más elevada del Pirineo francés, y el cual delante nuestro, altivo y desafiante, nos llama a fin de que intentemos coronar su punto más elevado.
Una arista sin dificultad, pero con muy mala caÃda a ambos lados, y de un metro y medio a dos metros de anchura, nos llevará a lo más alto, teniendo que utilizar, eso sÃ, las manos en algunos pasos, estando expuestos, sobretodo durante la subida, a alguna fugaz racha de viento que desde el lado izquierdo nos azotaba.
Sin ningún tipo de problema llegamos al punto más alto 3.289 metros, y desde el cual, tenemos una visión privilegiada de la deshecha cresta que une esta cima con la del Vignemale, por la cual avanzan tres o cuatro personas.
Deshacemos el camino de subida, reencontrándonos con la pareja de vivaqueadores, que venÃan del Cerbillona, y volvemos a posar nuestros pies en el collado, y echándonos las mochilas al hombro, nos encaminamos al por el cuarto tres mil del dÃa, el Cerbillona de 3.247 metros, al cual se accede simplemente siguiendo una marcada senda que desde el collado zigzaguea hasta el hito de piedras que indica la cima. En ningún momento ha sido necesario poner las manos en las rocas, al contrario que en los tres anteriores.
Desde lo alto, una sublime visión frontal del Vignemale, Pitón Carré y Punta Chausenque, y sin entretenernos mucho nuestras zancadas nos encaminan al Col de Lady Lyster, donde Jaume busca el final de la canal Moskowa por donde el año pasado tenÃa que haber accedido al mismo. Unos pequeños hitos de piedra, nos indican donde creemos que debe ser el punto donde ésta llega al collado.
Desde aquà hasta el Pic Central 3.235 metros, es un nuevo paseo, similar al que nos llevó a lo alto de la cima anterior. En la cima coincidimos con un par de franceses que venÃan haciendo la cresta desde el Petit Vignemale, y uno de ellos, definitivamente, nos saca de nuestra confusión entre el Pitón Carré y la Punta Chausenque (de todas maneras, en ningún momento tuvimos la total certeza de haber subido la Punta). Desde aquà descubrimos el emplazamiento de la última de las cuevas de Russell que nos faltaba por ver. Una perforación en la roca, unos metros por debajo de la cima del Vignemale, nos indica donde está ubicada.
Mirando hacia Ordesa el siguiente monte que encontrarÃamos serÃa el Montferrat, pero ir hasta allà nos supondrÃa una inversión de tiempo que nos devolverÃa al coche demasiado tarde, además de tener que superar una larga cresta que une ambas montañas, con algún que otro paso complicado.
Volvemos de nuevo al collado y desde éste accedemos al glaciar. Tras calzarnos los crampones, vamos atravesando la inmensa masa de hielo y nieve, encontrándonos con los que desde primera hora de la mañana están haciendo mediciones, los cuales aun continúan perforando el helado suelo a fin de clavar sus sondas.
En lugar de volver sobre nuestros pasos, enfilamos la bajada de manera directa, yendo a buscar el amparo de las rocas, cuando vemos que se acercan las grietas, y cuando intuimos que el espesor de la capa de nieve y hielo es muy delgada (el gorgoteo del agua bajo nuestros pies, es un signo más que evidente).
De nuevo en el camino que viene de la presa de Ossoue, solo nos queda repetir, ahora en sentido inverso la misma senda que a primera hora de la mañana hicimos de subida.
Cuando faltan escasos cinco minutos para las seis de la tarde, llegamos al punto donde todo empezó, donde a las siete de la mañana, dejábamos el amparo de los coches, para iniciar lo que ha sido una magnÃfica excursión (comentándolo luego, la excursión al Vignemale es bastante sencilla, la salida la fuimos poco a poco enriqueciéndola nosotros).
En total sobre los 1.940 metros de desnivel positivo, cinco cumbres por encima de los tres mil metros, y cerca de once horas caminando para completar una excursión como hay pocas.
A la mañana siguiente, ya que estaba a mano, hicimos una matinal hasta el Taillón por Sarradets y la Brecha de Rolando. Pero eso, junto con las retenciones de una hora, que provocaba un tipo haciendo puenting en Luz-St-Sauveur, son harina de otro costal.
Nos vemos.